sábado, 30 de agosto de 2008




Es verdad que hay hombres inmortales. Además imprescindibles. Cuya presencia va más allá de lo físico… inclusive de lo espiritual… de lo tangible y lo intangible. Son esos que pueden ser roca, árbol, pinta, canción, recuerdo imborrable, lección permanente, estrella, boina, gobierno y pueblo a la vez, semilla y fruto, beso y fusil, luz y penumbra, llanto y sonrisa, dolor y placer, Dios y Diablo, tacto y olor, parto y muerte. Todo a la vez. En una sola persona y en todas al mismo tiempo.

Así lo sentimos cuando bajamos al Churo… al río que lo asiló y lo vio caer hacia la cúspide de la gloria. Esas aguas todavía gritan su nombre. La roca en la que reposó abaleado guarda aún su sangre indeleble. Los tallos más fuertes… y también los más débiles llevan su nombre. Allí, en esa montaña que no pudo con él, los pobladores lo cuentan… lo extrañan… y lo veneran.

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