lunes, 24 de marzo de 2008


En la década de los noventas se hicieron muy famosos entre los periodistas que cubrían las actividades protocolares de instituciones públicas y privadas unos personajes que, aunque de aparente buena presencia, al comienzo de sus apariciones causaban desconcierto tanto a los organizadores de estos eventos como a los fablistanes. Esto se debía a que cuando uno se les acercaba para entrevistarlos respondían que eran invitados pero no voceros… y cuando el personal de protocolo los abordaba para consultar de qué medio eran, respondían que de ninguno. Pero ni los periodistas nos atrevíamos a preguntar a los organizadores quienes eran estas personas, ni los organizadores se atrevían a preguntar a los periodistas. Lo cierto es que los mismos señores… y señoras, estaban siempre en todos los bautizos de libros; inauguraciones de obras; agasajos; aniversarios y cuanta actividad en la que hubiese comida y bebida. Con el tiempo, este grupo de personas… o personajes comenzó a causar suspicacia a los periodistas. Unos decían que eran sensores del gobierno (control que se usó mucho en esos tiempos); otros que eran de la seguridad secreta de las importantes personalidades que por lo general asistían en calidad de invitados especiales a estos actos; inclusive, los más ñángaras llegamos a pensar que eran agentes secretos de la CIA… o el MOSSAD (que también los había). Un detalle que empezamos a observar fue que, cuando salía una bandeja de la cocina con comida o bebida, caían como pirañas y el contenido de las mismas desaparecía antes de llegar a los verdaderos invitados. Pasado un buen tiempo nos enteramos que se trataba de un grupo de astutos cuasi indigentes que se autodenominaban miembros de una organización llamada SIPEM (Sindicato de Invitados Por Ellos Mismos) y por lo cual los miembros de esta distinguida confraternidad se hacían llamar Sipemes. Eran personas sin trabajo, algunos hasta damnificados, otros simplemente vivos, que de una y otra forma consiguieron una chaquetica, una corbatita, una camisita y un pantaloncito presentable para resolver su problema de alimentación diaria. Al hacerse asiduos, recogían los programas y agendas… además revisaban en los periódicos para saber donde iba a ser el próximo cóctel, almuerzo o cena. La picardía se hizo tan efectiva, que llegó un momento en que –viéndose descubiertos-, de una manera absolutamente pintoresca nos contaron la verdad y lograron generar cierta empatía para que al final los periodistas termináramos convirtiéndonos en sus cómplices.

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