miércoles, 16 de abril de 2008



Con el cuento de la libertad de expresión se ha anarquizado el ejercicio del periodismo. Pero hay que aclarar que el resultado periodístico debe pasar por un proceso de decodificación semántica para que cumpla con su cometido. El periodista –malo o bueno- sabe que no puede acusar, ni vilipendiar, ni injuriar… ni siquiera opinar, cuando elabora un producto periodístico, porque viola la ética y las leyes del ejercicio. Aunque muchos lo hacen sin que esto les importe.... pero eso es otra cosa. Lo que no se puede hacer es justificar la usurpación profesional, el culto a la personalidad y el deseo de pantalla alegando que hay muchos periodistas vendidos, mediocres, mentirosos… o simplemente estúpidos, porque sería como pensar que todos podemos ser médicos justificados en que hay muchos galenos mercaderes y mercenarios que dejan morir a cualquiera que no tenga dinero. Tendríamos que darles el título de ingenieros a los que han hecho más casas que el Estado durante cuarenta años en Petare y Catia, por citar solo dos ejemplos conocidos nacionalmente. Aunque estas viviendas improvisadas no cumplan con normas de seguridad y parámetros elementales de ingeniería.

En materia comunicacional, uno de los logros más grandes de esta revolución –si no el más importante- es la consolidación de las redes de medios alternativos y comunitarios. Gracias a este instrumento de interrelación popular nos salvamos del Carmonazo y hemos podido contrarrestar el envenenamiento permanente de los medios imperialistas. En torno a estas herramientas de batalla se han consolidado movimientos cooperativistas, vecinales y gestionadores de soluciones, ya que ayudan a mantener informada a la gente sobre lo que se está haciendo o se va a hacer. Pero eso no es periodismo.

Tampoco critico a quien dominando un tema específico tenga un programa de televisión o radio y hable con propiedad de esta materia. Creo que eso hace mucha falta, porque tampoco soporto a los periodistas que a cuenta de su dominio o conocimiento del medio pretenden saber de todo y uno los ve y los oye intentando abordar la economía, la legislación… y especialmente la política como si fueran expertos. Mi preocupación tiene que ver con los autotitulados, quienes con frases como “yo como comunicador”, se atreven a hacer entrevistas que, cuando no son complacientes, adulantes y vacías de interés colectivo, son agresivas y ofensivas. Todo depende de quien esté como invitado. Además en muchas ocasiones… y en medio de sus trances de disociación asumen posturas de semiólogos que asombrarían a Humberto Eco; o de profesores de morfosintaxis o lingüística con las que Noam Chomsky se queda pequeño. Repito, también hay muchos periodistas con título universitario que son peores que el peor empírico, como es el caso de Berenice Gómez, que basta con que se autodenomine la Bicha. O el caso de personas que no ostentan la licenciatura en Comunicación Social y son mucho mejor que Carlos Fernandes (dos veces Premio Nacional de Periodismo). Pero, vuelvo y repito: ese no es el problema. El problema es que tiene que haber una regulación para el ejercicio de una profesión que cuesta cinco años en la universidad. Sino, eliminémoslas del pensum universitario. De verdad algunos estarían de acuerdo con esta propuesta. Claro sería más fácil para quienes quieren ser profesionales sin estudiar.

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