martes, 17 de noviembre de 2009




Que melancolía puede sentir uno cuando está fuera, si pa´ vallenato y reggaetón cualquier lugar del mundo es bueno. La cosa es tan triste que, actualmente en Miami, Madrid y hasta en varias ciudades de Colombia, el tributo a la Chinita Maracucha… o (para no herir susceptibilidades) marabina, es más auténtico que en el Zulia, porque en estos sitios se hace solo con gaitas, asumiendo la identificación de este género musical con nuestra Patrona. Melancolía siento por aquellos tiempos cuando uno se trasnochaba para ver a los Cardenales del Éxito; al Saladillo; a las Estrellas del Zulia; al Santanita; a Rincón Morales; a Pillopo; a los Zagalines; a los Zagales; a las Dinámicas de Cabimas; al Gran Coquivacoa; a los Rudos; a Maragaita; y tantos otros que se rotaban por las distantes tarimas y escenarios con el fin de que todos, con más o menos comodidad, pudiéramos disfrutar de quienes para esa fecha estaban por encima de vallenateros, merengueros, salseros… y demás eros, en popularidad y admiración. A los demás, los disfrutaba uno en cualquier época del año, pero noviembre era para la gaita.
Y muy pocos hablan de esto, porque pareciera que el regionalismo solo se aplica para efectos electorales. Digo muy pocos, porque no puedo meter en el mismo saco a quienes, me consta, en algún momento han intentado la defensa de la gaita ante el avasallamiento de empresas cerveceras, sellos disqueros y cadenas radiales que relegan nuestro distintivo género musical a punta de billete. Para ser responsable debo mencionar a Humberto Rodríguez; Ramón Soto Urdaneta; Luis Guillermo Vílchez; Betty Alvarado; León Magno Montiel; Reinaldo Cubillán; Moraima Gutiérrez; Mario Isea; Oscar García; por supuesto Ramón Castellano; el más acérrimo defensor de todos: Astolfo Romero; toda Santa Lucía… y muchos otros. Algunos de los cuales, inclusive, aún recibiendo publicidad de estas licoreras, han promovido la gaita como atractivo principal de la Feria. Pero lamentablemente, mientras los pronunciamientos en contra de esta flagrante venta de nuestra festividad -incluyendo a la Chinita- no se escuchen a una sola voz, seguiremos añorando aquellos festivales y amaneceres hasta que, con nuestra memoria desaparezca también el último rastro de lo que fue aquella exhibición de identidad que nos hacía sentir únicos. Algunos “místicos” salieron a decir que el rayo que destrozó parte de la imagen de la Virgen anunciaba la molestia de la Santa por la situación política del país. Yo me atrevo a pensar que pudo haber sido también para que en la restauración, aprovechemos y sustituyamos a San Antonio y San Andrés por el Oso y la Catira… y en vez del niño, le pongamos a la Chinita en los brazos, un acordeón. A fin de cuentas, también es la patrona de Colombia.

No hay comentarios: